“Hoy es martes, creo, porque aquí la semana es una prolongación
continua del mismo día una y otra vez -como en la peli del día de la marmota
pero más rollo “el día de la lechuga”-... efecto chicle lo he bautizado.”
(Patri, Prisión de Wad Ras, 07-12-10)
Hay días que tienen un color apático. Si hoy no fuera porque está lloviendo y hace frío, el color me daría lo mismo y no quiero decir con esto que sea un día ridículo ni absurdo, sino más bien es un negativo de foto y sin venir a cuento, con la cabeza vacía de ideas como la tinta del bolígrafo o como el carboncillo del lapicero, me enfrento a un folio en blanco y es como si el “aura” hubiera dejado de existir o como esperar que prenda un “pontxe” sin química.
Aprovechando la ausencia de impresiones y la naturalidad de
las gotas de lluvia, me dispuse con optimismo a desintegrarme de la cansada
urbe por unas horas con la intención de buscar lo que nunca encontraré. Para
ello, provisto de los auriculares, el chubasquero y de mi bicicleta partí sin
rumbo y algo perdido por una senda cercana a casa, habilitada ésta para
caminantes
y ciclo turistas; Eguesibar, Elortzibar.
Nunca tan detenidamente había contemplado el acueducto, obra de un tal Ventura Rodríguez y verlo desde esa perspectiva realmente me impresionó. El monstruo progreso lo amputó en dos ocasiones y ahora, como tenemos gobernantes aficionados a los recortes, lo han dotado de alumbrado para que brille al viajero que pase bajo el opusiano cielo católico del vertedero económico navarro. Y así, pedaleando sin contemplaciones, alargo por caminos la flexible e imaginaria goma que une mi cuerpo a la autómata urbe gris y ésta con su fiel elasticidad se estira sin soltarme a la vez que el viento y las gotas de lluvia arman de huellas mi rostro contento. Conformándome con tan poco ya me siento como Li Po en la cumbre de la Montaña de Jade o en la terraza del paraíso bajo la luna.
Últimamente ando perezoso, pero no me ha costado nada ver
cometas en un día donde no brilla ni el sol, me siento como un pájaro de los
que veo volar, empapado y feliz, como un
caracol en este día donde la chispa la ponen las nubes y donde la cadencia
forma parte de la retorcida sonrisa que la melodía de un ruiseñor que observo
en su rama aquí mojado y sentado en una piedra, fijó a su cordial presencia.
Hay quienes aplauden el volumen que puede llegar a alcanzar
ciertas pericias en determinadas personas sin ni tan siquiera abrir el cajón de
sus propias seseras y eso, a juicio de detrimento, puede ser motivo de quedar
atrapado entre el espacio y el tiempo. ¿Infinito o despiadado? todo depende de
la sensibilidad que se le conceda.
…Y de eso, la memoria del canto del ruiseñor entiende un
buen rato cuando traspasa los muros de un mundo paralelo.
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