“Desde el tiempo de mi niñez, no he sido
como
otros eran, no he visto
como
otros veían, no puedo sacar
mis
pasiones desde una común primavera.”
(“Solo”. Edgar Allan Poe, 1809-1849)
(“Solo”. Edgar Allan Poe, 1809-1849)
Soy un cafre.
Siempre me he visto
limitado en el lenguaje, tanto oral, corporal, mímico, como escrito. Vamos, en
todas sus formas ando verde como si de una docena de pimientos se tratara. Por
eso, cuando escribo, dudo si llego a comunicar a mis queridísim@s lector@s, algo
de lo que siento o pienso.
Mis colores son números,
por eso mi rojo siempre es el cinco, mi verde es el seis, tu azul del mar es el
siete, el de los cielos el veinticuatro y el de los ojos, ya lo dijo el poeta Pablo; esos
ojos que volverían Comunista a aznar,
-en minúscula, pues el del bigote no merece mayor respeto-, ese es el sesenta y
nueve, ardiente número donde los haya, que perpetúa compartidos deseos entre
fuentes de placer.
Hoy tragué mis palabras tras
leer un matinal periódico, para defecar éstas en ocre sobre un puto papel. A
cualquier cosa lo llaman periodismo, qué conmovedores y necios son.
Pero que pijos de corbata
y Visa se despreocupen por la que está cayendo, es algo sumamente
insignificante para mí, ya que dependen de ello, diferentes factores;
educativos, éticos, morales… y yo, soy
un proletario que no se calla. Aunque escriba y luego tire o regale lo hallado.
Ya no llueve, tregua unilateral
meteorológica. Cierro el periódico y sin paraguas ni salvavidas, vuelvo para
casa y en mi caminar, imagino los versos más tristes de Neruda anclados en los
tejados, convertidos en estalactitas de esas que parecen aguardar -al filo de
las tejas- el paso de cualquier ser, propicio íntegramente, a ser atravesado
por mil quinientas treinta de ellas a la vez.
Una, dos, tres, cincuenta
y seis… Y así hasta el azul cielo.
Cansado de mirarlas como,
con justicia, caen; hoy no escribiré nada.
Tiraré en aquella
papelera mis impresiones matinales pero abriré el plano de tu cuerpo desnudo y
trazaré en él con mis dedos, calles que me lleven hasta tu corazón, calles por
las que divagan flores sin hojas y caducas hojas sin hache.
Allí sobre tu piel, sin
ortografía, sintaxis, prosodia, ni morfología, silbará el viento y entre gemidos,
sábanas y risas; brotará la lluvia de nuestros poros para mojarnos con ternura,
apagando tu fuego con mi lengua y borrando mis labios con los tuyos.
Y cuando aprenda a escribir;
te
prometo mi chica, que me haré autista.
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