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martes, 16 de octubre de 2012

El Milenio Que Aprenda A Escribir, Me Haré Autista (En Tu Cuerpo Desnudo).




“Desde el tiempo de mi niñez, no he sido
como otros eran, no he visto
como otros veían, no puedo sacar
mis pasiones desde una común primavera.”
(“Solo”. Edgar Allan Poe, 1809-1849)

Soy un cafre.
Siempre me he visto limitado en el lenguaje, tanto oral, corporal, mímico, como escrito. Vamos, en todas sus formas ando verde como si de una docena de pimientos se tratara. Por eso, cuando escribo, dudo si llego a comunicar a mis queridísim@s lector@s, algo de lo que siento o pienso.
   Mis colores son números, por eso mi rojo siempre es el cinco, mi verde es el seis, tu azul del mar es el siete, el de los cielos el veinticuatro y el de los ojos, ya lo dijo el poeta Pablo; esos ojos que volverían Comunista a aznar, -en minúscula, pues el del bigote no merece mayor respeto-, ese es el sesenta y nueve, ardiente número donde los haya, que perpetúa compartidos deseos entre fuentes de placer.
Hoy tragué mis palabras tras leer un matinal periódico, para defecar éstas en ocre sobre un puto papel. A cualquier cosa lo llaman periodismo, qué conmovedores y necios son.
Pero que pijos de corbata y Visa se despreocupen por la que está cayendo, es algo sumamente insignificante para mí, ya que dependen de ello, diferentes factores; educativos, éticos, morales…  y yo, soy un proletario que no se calla. Aunque escriba y luego tire o regale lo hallado.
Ya no llueve, tregua unilateral meteorológica. Cierro el periódico y sin paraguas ni salvavidas, vuelvo para casa y en mi caminar, imagino los versos más tristes de Neruda anclados en los tejados, convertidos en estalactitas de esas que parecen aguardar -al filo de las tejas- el paso de cualquier ser, propicio íntegramente, a ser atravesado por mil quinientas treinta de ellas a la vez.
Una, dos, tres, cincuenta y seis… Y así hasta el azul cielo.
Cansado de mirarlas como, con justicia, caen; hoy no escribiré nada.
Tiraré en aquella papelera mis impresiones matinales pero abriré el plano de tu cuerpo desnudo y trazaré en él con mis dedos, calles que me lleven hasta tu corazón, calles por las que divagan flores sin hojas y caducas hojas sin hache.
Allí sobre tu piel, sin ortografía, sintaxis, prosodia, ni morfología, silbará el viento y entre gemidos, sábanas y risas; brotará la lluvia de nuestros poros para mojarnos con ternura, apagando tu fuego con mi lengua y borrando mis labios con los tuyos.
Y cuando aprenda a escribir; te prometo mi chica, que me haré autista.   

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