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martes, 20 de mayo de 2014

De Oniris Al Hipocampo. (O Cómo Atrapar Un Sueño En Una Cámara De Fotos)














“Toda escritura es una porquería.
No creo en la musa ni en la inspiración ni en nada.”
(Leopoldo María Panero.1948-2014)

-Relato basado en un vaso de leche.-

     Me llamo Pedro. No, me llamo Jordi. Tampoco. No doy una, ni dos, pero no estaría mal llamarme Aire aunque sólo sea por un día, pero a mis progenitores, con toda la buena intención del mundo, se les ocurrió otra designación, en otros términos no sé si con fines memorables u ordinarios pero, en fin, al igual que con los genes, he de apechugar hasta el fin de mis días con ella. Aunque mi nombre importa más bien poco, no me desagrada y cualquiera de las cuatro derivaciones son aceptables, imagino que no debe ser fácil decantarse por el nombre de un primogénito. No lo imagino, lo afirmo. Por muy sencillo que parezca, siempre se busca uno que tenga su encanto, que suene bien o que nos transmita sentimientos, no es difícil abrir una libreta por cualquier hoja y garabatear en ella una mimada lista de los supuestos nombres, hoy día hay libretas en casi todas las casas, antes no y contando que hubiera una, sería usual no hallar un bolígrafo o un carboncillo. Si tenemos ambos objetos y algo de imaginación, todo fluye como el rio entre los hayedos del valle de Esteribar. Antiguamente, desconozco si por falta de libretas, imaginación o considerándolo un acto afectuoso, se estiraba mucho lo de decorar los nuevos frutos del árbol genealógico con los nombres de los abuelos o recurrir a un sencillo ejercicio de coordenadas en el almanaque de la cocina, ese que cada primero de Enero se coloca detrás de la puerta. Haciendo coincidir el día del nacimiento con el santoral correspondiente al mismo, et voilà! ya tenían el acertado nombre del (des)afortunado bebé.
La realeza, como es sabido, buscando la sospechosa pureza divina gasta otros criterios más arcaicos, frívolos, hueros y vanos.
¿Y a hostia de qué viene todo ésto? Viene dado por los sueños. ¿Quién no ha soñado alguna vez y una vez despierto ha tenido trazos del sueño haciéndole compañía en la almohada durante unos minutos? Aunque bien es seguro que cuando ponemos los pies en el suelo ya no nos acordamos de nada de lo que, en nuestro plácido letargo, hemos vislumbrado. Los sueños se van a no sé qué lugar o desaparecen como si de un estado gaseoso se tratara.
Yo tengo un sueño atrapado en una cámara de fotos para que no se me olvide. Lograrlo es tan sencillo como dormir con una libreta y un lápiz bajo la almohada de los sueños. Es como llevar una cámara de fotos a mis ilusiones, fantasías o irrealidades. Como no quiero ser carcelero de nada ni de nadie hoy lo soltaré para que vuele libre;
          El pasillo es largo y algo ansiógeno, los fluorescentes del techo permanecen encendidos y eso es, quizá, un alivio. Desconozco dónde me encuentro, por eso camino discretamente sin saber adónde me lleva semejante corredor. Deslizando mi mano izquierda por una de las paredes que tengo más cerca, hago saltos con ella en todas y cada una de las diferentes puertas blancas que encuentro en mi camino. Sé que despegar la mano de la pared supone ser engullido en cualquier instante así que el momento de volver a ponerla sobre ella es para mí un alivio y sobre todo una seguridad, hasta que me confío y ZAS,,, soy tragado por la nada volátil y me veo bajando unas escaleras. Hay más oscuridad puesto que no hay luces de ningún tipo, aún y todo veo muy bien y en el camino me encuentro con gente que me saluda, algunos conocidos, otros no pero todos saben hacia dónde me dirijo. Yo no. La sensación de atoramiento es tal que me recuerda al juramento hipocrático de aquel hombre que se paseaba vivito y coleando con semejante agujero en el flanco después de reventarle el hígado en mil pedacitos como un galán, invitando a las mujeres de todos sus amigos a hacer el amor con él.
En una habitación encuentro a una conocida, sé quién es pero omito el nombre, está llorando porque ha perdido su melena rubia, morena o castaña, cambia el color, la tranquilizo diciéndole que el pelo crece, que no se preocupe, entonces se ríe y vuelve a tener el mismo pelo otra vez. Le digo que esto es un sueño y que en los sueños todo es posible, ella contesta que no está soñando pero que últimamente ha pensado mucho en mí y por eso está conmigo en este momento, me indica que Ane también está aquí, no me inmuto, es como si lo presagiara de antemano, la que está pensando en mí me da un abrazo y se marcha llorando, resignada por no sé qué y dejando tras de sí un rastro de melena porque se le vuelve a caer el pelo. Trato en vano de seguirla, la llamo pero se pierde. Adiós, sus pelos se enredan entre mis pies.
No veo a Ane, pero siento su figura porque su aroma es inconfundible, es tan evidente que hasta podía asegurar que una vez despierto, mi nervio olfatorio todavía recibe el olor característico. En la pared donde ha dicho que se encuentra ella veo gavetas cuadradas de acero inoxidable. Resulta horrible pensar en lo que son; cámaras frigoríficas de la morgue. Creo que puedo despertar cuando yo quiera pero la curiosidad me lleva a acercarme a ellas. Temiendo despertar de un momento a otro leo un nombre en cada gaveta; Ane, Pedro, Jordi, algunos más que no recuerdo y, el mío.
Despierto, esclavo de mi destino y con un nudo en la garganta soplo.
Bajo la almohada tengo el bloc, el lapicero…
                                                                                               Escribo, silencio.

sábado, 3 de mayo de 2014

Vidas Ejemplares.


                 Parecía un vendaval, el puto sonido estridente de aquel despertador simulando ser un gallo llegó a meterse violentamente en sus oídos antes de alcanzar a apagarlo. Era la duodécima vez que miraba la hora en las siete que ocupó su cama. Sin encender luz alguna se dirigió a ciegas, palpando con la mano sobre la pared hasta llegar al baño donde orinó; primero fuera y luego dentro y, tras encender la luz, se miró al espejo, sus ojos medio cerrados y en sangre viva le recordaron un ratón blanco de laboratorio, se acercó algo más a su reflejo, de perfil su tripa le producía un asco imperdonable, estaba empalmado y se rascó las pelotas fijándose en las muecas que le obsequiaba al espejo con su cara; un simio madrugador de treinta y cinco años. Frunció el ceño, sonrió, gesticuló mostrando los dientes y sacó la lengua al espejo olvidando que el tiempo pasaba, que los autobuses llegan y se van, la ciudad se despierta y él se deja llevar por los lazos del día anterior en los que el imán del tedio conserva una inducción magnética que lo arrastra impasible, nuevamente hasta la cama.
Hoy es su primera entrevista de trabajo tras muchos años pateando dudosas ofertas de empleo en las que por muy adelantado que llegues a ellas siempre te mantienes —como un campeón— entre el quingentésimo y el milésimo y nunca llegas a acceder siquiera a la mísera oportunidad de dar un paso más allá de dejar el currículum a la chica amable que de forma autómata atiende por igual a todos los futuros candidatos mientras aguarda impaciente que termine su jornada porque sabe que realmente no hay oferta de empleo como tal, que está ejerciendo un papel porque el puesto está más que adjudicado a Esteban, un candidato con una afiliación sindical concreta.
Sí, hoy a las nueve de la mañana tiene una entrevista de trabajo para un puesto de afilador de cuchillos y el día de antes dejó preparado sobre una silla alguna de sus mejores ropas, una camisa sport que compró para ir a la boda de Carlos y Esteban, dos amigos que se ganaban la vida sirviendo cócteles en un disco pub de Chueca antes de confesar que no eran gays, tras descubrir Carlos que combinando una buena recomendación con algo de favoritismo y una afiliación política concreta tendrían un parné remunerado y una serie de privilegios de los que el lumpen no goza, todo bien y al año se divorciaron. También sus mejores pantalones descansan sobre aquella silla, unos que sólo usó una vez cuando había quedado en casa de Isabel para cenar juntos, aquella noche se presentó en casa de la susodicha ataviado con gorra plana, collares de alta bisutería imitación oro y pantalones nuevos, sujetando en una mano una flor amarilla y blanca que había quitado de una maceta del rellano cuando subía por el tercer piso, en la otra una botella de Whisky, en el bolsillo de la chaqueta guardaba una ristra de condones que había robado en el supermercado de abajo. Evidentemente Isabel, a la que en el polígono llaman La Choni Romántica, al ver las intenciones de semejante simio zanjó la cita con un natural; “vete a la mierda” y con su Iphone de última generación llamó a su amiga La Charo para comer juntas las pizzas Casatorroella que había calentado en el microondas para cenar con el «pringao» de los pantalones nuevos.
Nuestro amigo se despereza en sus recuerdos retorciéndose entre las sábanas y saca su cabeza de debajo de la almohada disponiéndose a mirar la hora, hoy a las nueve de la mañana tiene su entrevista de trabajo pero ya son las dos de la tarde.
Acordándose que a las siete en la tele hay partido de fútbol, pone un disco en su Ipad de última generación; «Top 10 mejores canciones de reggaetón» y para hacer hambre se enciende una chusta mientras recrimina a su madre, viuda de sesenta años y recién llegada de ganar cuatro putos duros fregando escaleras, por no haberle preparado aún la comida.
Ella piensa todos los días, mientras afila el cuchillo con el que descuartizará al pollo que va a poner para comer, cavila. Cavila pero no demasiado no sea que se dé cuenta que su niño pequeño tiene ya treinta y cinco años.
                                                                          (Para mi amiga Karen Manzur, por la idea. Gracias!)