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sábado, 31 de enero de 2015

El último ascendiente.



"En la vida hay que acostumbrarse a todo,
 incluso a la eternidad."
(El fantasma de la ópera. Gaston Leroux)






¡Abuelo, abuelo! cuéntanos un cuento de Toti.
Sentado en la butaca, el anciano de gafas redondas, pelo cano y nariz prominente, sostenía entre sus temblorosas manos uno de los libros de Nur. Entretanto los pequeños correteaban a su alrededor entre risas, saltos e infantiles cantinelas, éste abría el libro y, en voz baja, comenzaba a leer el primer texto consiguiendo aplacar la algazara y atrayendo la atención de sus nietos.
Mientras esto ocurría, arriba en el techo un millón seiscientas cincuenta y tres mil quinientas veintiséis termitas albergadas generacionalmente en la vieja viga maestra iniciaban, al unísono, su ópera prima en un demoledor estruendo que no entendía de solfeos, compases ni cantos pero hizo crujir con primacía aquella traviesa antes de desmoronar por primera vez en trescientos veinte años un tradicional caserío del valle de Balanzategi donde las vacas Mo y La Vache qui Rit se hicieron amigas gracias a Bernardo Atxaga.
    
                   *La astucia del abuelo hizo que todos los niños, incluido el mismo anciano, salvaran sus vidas al colocarse precisamente en el primer acorde del inicio de la función bajo la resistente y coja mesa de roble que había hecho a mano, trescientos diecinueve años atrás, el tatarabuelo Zacarías, el ascendiente perdido y olvidado de la familia Belaustegigoitia.

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