Soy
la síntesis, la vida me ha condicionado a ser lo que soy, un Insecto con
mayúsculas y con elegancia. Sí, ante todo, elegancia. En mí no existe el
concepto de bicho dañino o perverso, está fuera de cajón aunque me juzguen como
tal. De mi género somos muchos, cada cual con una condición innata pero yo, con
mis virtudes y mis defectos, me salí del patio. Vamos, que soy distinto al
resto, voy en desacorde con los de mi especie y es por ello que llevo impreso
en mí un estigma social; la marca del desecho. No pueden verme ni quienes antaño
consideré de mi especie.
Me
he acordado muchas veces de la “norma” tantas veces como la he olvidado.
Soy
feliz cuando llueve, el agua marca el compás de mis canciones; sentado en una gota
planeo sobre la melancólica ciudad ocre. Bajo mis patas veo huir del agua a los
insectos “normales”, mientras mojo
mis pies ellos corren de un lado para otro. Rio, me descojono, son autómatas; algunos
se tapan la cabeza con ridículas protecciones convexas para evitar mojarse y deformar
el moderno corte de pelo que los mantiene dentro de unos patrones. Desde el cielo
es divertido verlos agazapados en sus escondites. En la miserable ordinariez por
la que navegan son todos iguales, como la forma de sus paraguas.
Hace
mucho tiempo decidí vivir en la montaña apartado de “los normales”, aquí la vida emerge de un ciclo natural, tampoco existe
el rencor, es tan mala la envidia que la ciudad resulta un paliativo que los
arrastra, sin saber, al consumismo más desquiciado y voraz, éste es el sedante
que necesitan para decorar sus miserables vidas cuando éstas no son más que
burdas mentiras.
Nieva
y me gusta disfrutar de la montaña así que sin pensarlo dos veces, de un salto subo
en uno de miles de copos que caen y sintiéndome un acróbata del limbo me dejo
llevar sobre los árboles mientras el aire refresca mi cara. Al contrario que
los de mi especie yo tengo la sangre caliente, muy caliente y saludo a quienes
como yo rompen la norma, ellos también vuelan sobre copos de nieve. Entretanto,
los insectos “normales” de la ciudad disfrutan de la nieve tras el cristal de
una ventana, no la sienten, no la palpan y sin embargo dicen disfrutarla. Señalándonos
con sus dedos, observan con miradas delatoras nuestros paseos en copos, nos
denuncian ante entomófagos que cambiaron su innata condición de bichitos por un
uniforme, y cuatro comodidades manteniendo una falsa libertad, una libertad
canalizada.
Hoy
amigos, me comeré a mí mismo y desapareceré. Es otra virtud de la que vosotros
ni siquiera os habéis parado a apreciar, porque hasta el último de vuestros
días lo dejáis para ellos, porque todavía creéis que os aplauden cuando a
palmadas morís por ellos, aplastados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario