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miércoles, 8 de julio de 2015

El Círculo.



Martes 7 de julio de 1610 –
Casa taberna en Zugarramurdi.
Norte de Navarra,
frontera con Francia. Año 1610.

      Andrés de Bakaioko y David de Sendika conversan sutilmente, ante sendos vasos de vino, sobre un acontecimiento que, ajenos a él, marcará la vida de la mayoría de habitantes de su pueblo; Zugarramurdi.
David de Sendika, con su cara marcada por la cuperosis, hace oídos a unas palabras que la voz ronca de su vecino Andrés provee de carácter respetuoso;

     Esta mañana ha llovido, debí haberlo previsto ayer para coger simiente y tenerla preparada. Ayer se llevaron a declarar a Beatriz de Etxebe. Sí, la hija de Jesús de Baroja, la que pinta lienzos y no hay mozo que le quite ojo. ¿Ya sabes eso de que en el valle muchos son quienes hablan sobre brujas, demonios y machos cabríos? O aun no te has enterado, zoquete. Ahora mismo deben estar llegando a Logroño.

Mientras tanto en Logroño, Beatriz de Etxebe, sentada en una silla frente a una gran mesa sobre la que descansaban diferentes crucifijos, narraba con pelos y señales, ante el temible Tribunal de la Inquisición, los sueños que la atormentan por las noches;

     — (…) sí, y además bailan desnudas, giran y giran hasta que, entre carcajadas y aplausos de quienes forman el círculo, caen al suelo extenuadas. —
     — ¿Está usted segura de lo que está diciendo? Señorita Beatriz de Etxebe, míreme a los ojos cuando le hablo. Repito, ¿está usted segura de lo que está diciendo? —


Interrumpió furiosamente don Alonso de Salazar, el temido sacerdote miembro de la Santa Inquisición, que días antes, a su paso por diferentes pueblos del norte de Navarra durante su viaje a Logroño había acusado de brujería y detenido a sesenta y siete personas.

      — ¿Cómo no voy a estarlo? Me toma por loca o qué. Son ellas, sí. Envenenan a nuestro ganado y pisotean nuestras cosechas. Fornican, sí, fornican con todos los hombres, ellos también son herejes, pecadores. Sí, ellas y ellos, algunas vuelan sobre una escoba mientras ríen a carcajadas. Son brujas, ¿me oye? ¡B R U J A S!, ¡B R U J A S!—

Enfatizó gritando sus pesadillas, con las manos sobre sus largos cabellos despeinados y entre alocadas risas una delirante Beatriz de Etxebe. Sus ojos abiertos por la locura invitaban a salir de su boca todo tipo de absurdos, mientras un escribiente del Tribunal inquisidor daba fe con su pluma sobre papel, la veracidad en la declaración de la vecina de Zugarramurdi. Tras leerlo don Alonso de Salazar, éste afirmó que era la prueba que necesitaba, luego don Juan Valle Alvarado, Jefe del Tribunal de la Santa Inquisición firmaría la declaración y la aquiescencia para apresar y quemar vivos en la hoguera a todos y cada uno de los habitantes de aquel maldito pueblo. Inevitablemente no había tiempo en disponer quienes estarían implicados de actos hechiceriles o no, el temido sacerdote tenía carta blanca por la Corona Real y la Santa Iglesia para acabar por todos los medios con la brujería y esta vez había tocado el valle navarro del Baztán.

      El plan había dado resultado, Beatriz de Etxebe había sabido engañar a los inquisidores y en unos días los tendrían en el pueblo.
Ella, en Logroño se encargaría de liberar a todos los prisioneros que habiendo sido condenados por actos de brujería, esperaban confinados en diferentes mazmorras el día del juicio final.
Quienes suplicaban clemencia debían firmar su arrepentimiento como lo hizo Tirtze Maulen de Berria, denunciada por colaboradora acérrima en aquelarres y ritos, entonces eran puestos en libertad abandonados a las afueras de Logroño, malheridos y a su suerte. Ésta debía reunirse con Beatriz de Etxebe en el momento en el que los jueces, sacerdotes y el resto de inquisidores partieran hacia Zugarramurdi para, según don Alonso de Salazar;
Terminar con el último bastión de hechiceros habido en Navarra. —


Domingo 12 de julio de 1610 –
Caserío de la familia Maulen. Zugarramurdi,
Norte de Navarra,
frontera con Francia. Año 1610.

      Beatriz de Etxebe curaba delicadamente con unos apósitos de plantas las heridas de su compañera Tirtze Maulen de Berria, afligida, débil y extenuada por las torturas a las que había sido sometida antes de poner fin a éstas, firmando una declaración forzada que la implicaría en actos de brujería;
        —Esto dolerá un poco, te pondrás mejor. No tienes buen aspecto, pero te vas a recuperar. —
Sobre una mesilla, un mendrugo de pan reposaba en un pequeño cuenco absorbiendo restos de aceite. Al lado de la chimenea, diferentes cestos de mimbre recogían en su interior belladona, beleño y mandrágora. Desde la habitación se intuían las gallinas picotear a las hormigas que cargaban, grano a grano, el trigo hacia un hormiguero y desde la ventana se distinguían a dos jóvenes mocosos sentados sobre el alféizar de una de las ventanas bajas del caserío de enfrente, fabricando un par de tirachinas.
El ambiente fuera del caserío era de ajetreo y movimiento, mucho movimiento, ningún día había sido igual; caballos y mulos tiraban a la carrera de carros cargados de palos en punta y montones de cuerdas. El ajetreo de los vecinos daba un aire muy distante a lo que era el día a día; el ganado no había salido a pastar, nadie dedicó tiempo a las labores diarias sino más bien canalizaban todo el empeño en aprovechar la luz del día y sacar con rapidez por entre las calles de Zugarramurdi pesados carros cargados hasta arriba.

Dentro del caserío el intenso olor a pócimas embriagaba el aire; mezclas de plantas y algún que otro insecto se cocían en diferentes ollas colocadas en la gran chimenea de la familia Maulen.
Tirtze Maulen de Berria carraspeó y con voz pausada por el dolor de las heridas, le dijo a Beatriz de Etxebe;

Los inquisidores estarán al llegar. Debes partir ahora con las pócimas hasta el final del valle, allí te reunirás con el resto. Mientras tanto aquí, es preciso cuidar el ganado y los campos. Volverás dentro de dos lunas y para entonces estaré recuperada del todo.

      Recorrer de noche los senderos del valle no era complicado para ningún habitante del pueblo y sí para los inquisidores, era un largo recorrido entre montañas y allí los habitantes de Zugarramurdi aguardaban la llegada de los eclesiásticos que se establecerían cerca del río para descansar y preparar la ofensiva.
      Las ascuas formaban ligeras chispas que revoloteaban incansables sobre el rojo calor de una gigantesca hoguera, y el silencio del nocturno bosque hacía llegar a oídos de los inquisidores, con infalible sorpresa, los cánticos, que alrededor del fuego, prorrumpían los zugarramurditarras. Así de esa manera, mediante el aquelarre, los Ministros de Dios fueron cayendo uno por uno en un profundo sueño del cual aprovecharían brujas y brujos para apresarlos por sorpresa.

La noche fue larga y dura. Todos los inquisidores fueron capturados dentro de sus sueños y despojados de sus pertenencias, en total setenta y cuatro, y para cuando el gallo cantó la luz del alba, se iluminó un valle repleto de pequeños montones de leña; setenta y cuatro, y en cada uno de ellos un miembro de la Santa Inquisición aguardaba atado con cuerdas sobre un poste recibir la misma punición que habían dado anteriormente a cientos y cientos de personas inocentes.
Y así fue como el pueblo de Zugarramurdi venció en el siglo XVI a la Santa Inquisición. Desde aquel entonces ningún inquisidor osó poner pies en aquel valle. Hoy día, en pleno siglo XXI las brujas y brujos de Zugarramurdi siguen manteniendo vivas las llamas que un día, cuatrocientos años atrás, salvaron sus vidas.

En los sueños y en los corazones con bondad, anida el secreto que jamás encontrarás en este escrito.

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