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miércoles, 21 de octubre de 2015

Un amor imposible (Epitafio de mi propia muerte).

Para el día de los muertos, el grupo literario Insectos Comunes, nos hemos propuesto un nuevo reto; escribir cada un@ de nosotr@s nuestra propia muerte. Esta es la mía:
  



Ella vivía sola, tendría unos treinta años, a decir verdad, siempre he sido un pésimo acertando con las edades. Aquel verano me encontraba imprevistamente cerca de su casa; una casita pequeña y acogedora cerca de la desembocadura de un río, tenía un jardín y una huerta. Allí las aguas dulces y saladas confluyen a poca profundidad y es un sitio en el que, dada su tranquilidad, me sentía bastante bien. Ella, una hermosa mujer. Siempre me gustó observarla, de hecho, podía pasar horas y horas mirándola y no me cansaba de hacerlo. Si hasta conocía sus particulares formas posibles que tenía de recoger sus cabellos; dos coletas, unas trenzas, un moño enmarañado cruzado por un lapicero y hasta cuando recogió sus preciosos cabellos dentro de una bolsa con la intención de teñirlos estaba hermosa. Echarle los tejos sería un suicidio para mí aunque, en más de una ocasión, estuve tentado de hacerlo. Yo me apostaba cerca de su ventana, tras la cortina y a veces la seguía a hurtadillas hasta el cuarto de baño o la cocina, me encantaba oler los guisos que con tanto esmero y paciencia preparaba. Cuando ella dormía me gustaba recorrer su cuerpo desnudo, frágil y sencillo. Jugando entre sus pecas experimenté una sensación que jamás había percibido antes; notaba sus feromonas, las podía mascar y eso producía en mí una excitación tan inconcebible que considerándola mi anfitriona me dispuse vorazmente a comerle todo el cuerpo empezando por sus zonas más erógenas; primero lamí sus delicados pies, mordisqueé sus piernas con la delicadeza que vuela un plumón y fui subiendo por sus caderas saboreando el abdomen y sus pechos llegando hasta sus labios, allí en ellos, maldije al ilusorio amor que sentía por ella. Sé con total seguridad que una mujer así jamás estaría con alguien como yo. Soy preso de una pésima condición, pero vuelvo a insistir; tentado estuve, una vez más, de tirarle los tejos. Al alba, sin que ella me viera, salía de su casa y me iba hasta el delta para descansar hasta el atardecer, momento en el que volvería de nuevo a su acogedora casa. Así un día y otro, así uno y otro atardecer, una y otra noche. Me sentía como Bill Murray en el día de la marmota. Aquel verano todo marchaba sobre ruedas y de no ser por las marcas que la noche anterior dejé en su precioso cuerpo no hubiera pasado nada, ella no habría sabido de mi existencia y ahora yo no estaría aquí en este limbo escribiendo esto. Pero aquel día tuvo que pasar. Cerró todas y cada una de las posibles salidas de su casa; ventanas, ventanuco y puerta quedándome atrapado dentro pude ver mi propia muerte reflejada en los ojos de la mujer que amaba, mi espiráculo ardía y mis ojos se cegaron, creí encontrar una salida pero di de bruces contra el cristal de la ventana; Entré en horror ante semejante injusticia, y lloraron mis ojos al otro lado del cristal viendo a mis compadres de juerga y holgazanería trayendo flores frescas para mi funeral. Y antes de morir pude verla; tan hermosa, con sus brazos marcados todavía por mi amor hacia ella, su pelo recogido y enrollado a un lapicero, rascándose y agitando de un lado para otro un espray en el que distinguí lo siguiente; ANTI MOSQUITOS LETAL-2. —Ah, por cierto, os escribo desde el limbo o purgatorio. — Por lo que consideraron; fui muy pecador. MORALEJA; Más me hubiera valido haberme quedado en la charca con los de mi especie y fin del cuento. 

 Más muertes de los miembros de Insectos Comunes (conforme vayan saliendo iré añadiendo más):
Cementerio de Daniel Centeno.

Mis muertes de LaRataGris.

Juicio final a la señorita Magar de Relatos Magar.

Descansara-en-paz de Chukes Rivers
 

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