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domingo, 21 de octubre de 2012

El Códice Biológico Del Conocimiento.(Para Imilce)




“Esto es una danza,
como los niños sin reglas del Señor de las moscas,
pero sin matanzas.
Aún no estamos lo suficientemente locos,
quizá cuando nuestro avión se auto destruya en una isla perdida.
Y por fin seamos dueños de nuestra autonomía,
en autarquía.
Matándonos con un AK47 cargado sólo de dulzura”.
(Imilce. “Mil cosas tengo, menos un título”)

        Ni corto ni perezoso se dirigió a la Universidad de Nafarroa para tratar de decodificar el secreto de la evolución y allí, durante muchos años, envejeció entre libros y la música de los “The Smiths”.
Fue un ratón de biblioteca, de esos que roen tratados con sabor a queso; entre bocado y bocado, nutriéndose de Biología, comprendió la Botánica, la Citología y hasta alcanzó a descubrir, sin comprender, lo escondido de la Evolución. Pero eso no era suficiente para él. Desobedeció pactos adentrándose en las áreas prohibidas; pasillos de los que nadie había imaginado su existencia. Allí dentro, conoció a Imilce.
Imilce, una creadora de letras que moldea a su antojo y con destreza sobre el papel mil y un sucedidos, la chica que los días de agua y sol pinta el arcoíris en irritadas comunidades de vecinos. Allí estaba ella, la que hizo el amor con el asesino de un Dios. La atea, que desposeída de toda imperfección rendía cuentas, desde su retiro, con la Santa sociedad. Sentada ante una gran mesa de cajones del siglo XVIII, entre libros y antiguos manuscritos, diseccionando diferentes textos.
Seis eran las velas del candelabro de plata que levemente, iluminaban la diminuta sala sin ventanas, en la que los ronroneos de un gato persa que yacía encima de un viejo sofá isabelino, daban un aire acogedor a aquella apagada estancia.

(Ella)- ¿Qué vienes buscando aquí?
Murmuró Imilce sin levantar la vista y con impasible ademán.
(Él)- Vengo en busca de la comodidad que proporciona el conocimiento.
Un manotazo de ella sobre aquella antigua mesa hizo sobresaltar la evidente modestia con la que mi amigo se había presentado en aquel sórdido cuchitril donde se respiraba sabiduría.
(Ella)- ¡Rechaza eso! Sabes realmente que lo que estás buscando no es comodidad sino el Bien Supremo. La búsqueda de placer, las Teorías Cirenaicas eso es lo que ambicionas. ¿No es cierto?
(El)- ¿Qué tratas de insinuar? No sufro de egoísmo. Busco el sentido de la Realidad.Qué puedes enseñarme sobre Metafísica.
(Ella)- La exaltación extrema de los sentimientos y pasiones no te la va a proporcionar el conocimiento. Debes entenderlo.
(El)- Te equivocas, no es la filosofía epicúrea del conocimiento lo que me ha traído hasta aquí sino más bien el fruto de la actividad de mi cerebro. Éste necesita completar un espacio con la esencia Metafísica. ¿La tienes?
(Ella)-¿Qué es lo tuyo? ¿Onanismo, tal vez?
Imilce rechazó continuar en el juego oral. Abriendo uno de los cajones de su mesa sacó de él tres probetas, ofreciendo a mi amigo la posibilidad del conocimiento ecuménico;
(Ella)- Cada cual un camino, cada camino una limitación y cada limitación una ventaja. Ahora la elección depende de ti, solo de ti.  

No había decidido qué camino tomar, el de piedras se presentaba para él, sin distinción, como algo vulgar, pues lo había mamado desde pequeño. En cambio, el camino de agua mostraba una acogedora pero efímera paz;  la misma que vivió Virginia Wolf dejándose llevar por las aguas del rio Ouse con los bolsillos llenos de piedras. La vereda de las sombras, el camino de en medio, se le antojaba grande pero no era un embarazoso dilema decantarse por uno o por otro, así que eligió éste último y pasó de las otras dos probetas.
Ahora es mi amigo quien vive apartado de la sociedad, la búsqueda de la esencia metafísica  nunca lo perdonó. Quizás no supo limitar su exceso. Su cerebro fue modificado neuroquímicamente desde el día que osó ir más allá, buscar la esencia de la materia, del pensamiento, traspasando los pasillos secretos de aquella Universidad.

Recuerdo siempre las palabras de mi amigo; “El problema vasco es que en Euskadi no se folla, masturbarse está bien pero follando conoces gente”. Ese sería su legado.
Antes de su retiro, creyó vivir en la Grecia del 304 (ac) cual negado discípulo de Sócrates.
Siendo calificado por la población vasca como uno de los mejores catadores de bonguis de Orbaitzeta, donde desarrolló un entendimiento más profundo de la nunca exacta Biología. Asiduo lector de Lynn Margulis y Stephen Jay, reconoció haber llorado tras la muerte de Chanquete y en el último capitulo de Verano Azul.
Que el subsuelo te sea leve amigo, pienso mientras leo entretenidamente “Mil Cosas Tengo, Menos Un Título” escrito años atrás por la Gran Imilce cuyas letras siguen decorando las paredes del subsuelo, los pasadizos secretos y antesalas que muy pocos hemos traspasado.

2 comentarios:

  1. Manu... me gusta mucho.
    No soy ni un reflejo intelectualmente hablando de esa Imilce, pero la perseguiré como el amigo, aunque me vuelva loca y crea vivir en el 304 a.C.

    Mil cosas tengo, ahora con esta, una más.

    Gracias :)

    Un besazo

    PD: El camino de las aguas... la paz atrae, pero las sombras siempre fueron más tentadoras.

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  2. Por cierto me ha encantado la parte del problema vasco XD

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