“Esto es una danza,
como los niños sin reglas del Señor de las moscas,
pero sin matanzas.
Aún no estamos lo suficientemente locos,
quizá cuando nuestro avión se auto destruya en una isla perdida.
Y por fin seamos dueños de nuestra autonomía,
en autarquía.
Matándonos con un AK47 cargado sólo de dulzura”.
(Imilce. “Mil cosas tengo, menos un título”)
Ni
corto ni perezoso se dirigió a la Universidad de Nafarroa para tratar de
decodificar el secreto de la evolución y allí, durante muchos años, envejeció entre
libros y la música de los “The Smiths”.
Fue un ratón de
biblioteca, de esos que roen tratados con sabor a queso; entre bocado y bocado,
nutriéndose de Biología, comprendió la Botánica, la Citología y hasta alcanzó a
descubrir, sin comprender, lo escondido de la Evolución. Pero eso no era suficiente
para él. Desobedeció pactos adentrándose en las áreas prohibidas; pasillos de
los que nadie había imaginado su existencia. Allí dentro, conoció a Imilce.
Imilce, una creadora de
letras que moldea a su antojo y con destreza sobre el papel mil y un sucedidos,
la chica que los días de agua y sol pinta el arcoíris en irritadas comunidades
de vecinos. Allí estaba ella, la que hizo el amor con el asesino de un Dios. La
atea, que desposeída de toda imperfección rendía cuentas, desde su retiro, con
la Santa sociedad. Sentada ante una gran mesa de cajones del siglo XVIII, entre
libros y antiguos manuscritos, diseccionando diferentes textos.
Seis eran las velas del
candelabro de plata que levemente, iluminaban la diminuta sala sin ventanas, en
la que los ronroneos de un gato persa que yacía encima de un viejo sofá
isabelino, daban un aire acogedor a aquella apagada estancia.
(Ella)- ¿Qué
vienes buscando aquí?
(Él)- Vengo
en busca de la comodidad que proporciona el conocimiento.
Un manotazo de ella sobre
aquella antigua mesa hizo sobresaltar la evidente modestia con la que mi amigo
se había presentado en aquel sórdido cuchitril donde se respiraba sabiduría.
(Ella)- ¡Rechaza
eso! Sabes realmente que lo que estás buscando no es comodidad sino el Bien Supremo.
La búsqueda de placer, las Teorías Cirenaicas eso es lo que ambicionas. ¿No es
cierto?
(El)- ¿Qué
tratas de insinuar? No sufro de egoísmo. Busco el sentido de la Realidad.Qué
puedes enseñarme sobre Metafísica.
(Ella)- La
exaltación extrema de los sentimientos y pasiones no te la va a proporcionar el
conocimiento. Debes entenderlo.
(El)- Te
equivocas, no es la filosofía epicúrea del conocimiento lo que me ha traído
hasta aquí sino más bien el fruto de la actividad de mi cerebro. Éste necesita
completar un espacio con la esencia Metafísica. ¿La tienes?
(Ella)-¿Qué
es lo tuyo? ¿Onanismo, tal vez?
Imilce rechazó continuar en el juego oral. Abriendo uno de los cajones
de su mesa sacó de él tres probetas, ofreciendo a mi amigo la posibilidad del
conocimiento ecuménico;
(Ella)- Cada cual un camino, cada camino una limitación y cada limitación una
ventaja. Ahora la elección depende de ti, solo de ti.
No había decidido qué
camino tomar, el de piedras se presentaba para él, sin distinción, como algo
vulgar, pues lo había mamado desde pequeño. En cambio, el camino de agua
mostraba una acogedora pero efímera paz; la misma que vivió Virginia Wolf dejándose
llevar por las aguas del rio Ouse con los bolsillos llenos de piedras. La
vereda de las sombras, el camino de en medio, se le antojaba grande pero no era
un embarazoso dilema decantarse por uno o por otro, así que eligió éste último y
pasó de las otras dos probetas.
Ahora es mi amigo quien
vive apartado de la sociedad, la búsqueda de la esencia metafísica nunca lo perdonó. Quizás no supo limitar su
exceso. Su cerebro fue modificado neuroquímicamente desde el día que osó ir más
allá, buscar la esencia de la materia, del pensamiento, traspasando los
pasillos secretos de aquella Universidad.
Recuerdo siempre las
palabras de mi amigo; “El problema vasco es que en
Euskadi no se folla, masturbarse está bien pero follando conoces gente”.
Ese sería su legado.
Siendo calificado por la
población vasca como uno de los mejores catadores de bonguis de Orbaitzeta,
donde desarrolló un entendimiento más profundo de la nunca exacta Biología.
Asiduo lector de Lynn Margulis y Stephen Jay,
reconoció haber llorado tras la muerte de Chanquete y en el último capitulo de
Verano Azul.
Manu... me gusta mucho.
ResponderEliminarNo soy ni un reflejo intelectualmente hablando de esa Imilce, pero la perseguiré como el amigo, aunque me vuelva loca y crea vivir en el 304 a.C.
Mil cosas tengo, ahora con esta, una más.
Gracias :)
Un besazo
PD: El camino de las aguas... la paz atrae, pero las sombras siempre fueron más tentadoras.
Por cierto me ha encantado la parte del problema vasco XD
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