"De
mis ancestros conservo
los ojos celestes,
los ojos celestes,
el cerebro estrecho
y la imprudencia de la lucha."
y la imprudencia de la lucha."
(Arthur Rimbaud. 1854-1891.)
EL
CAIRO.
AGOSTO
DE 2013.
Para Gisela, todo hacía pensar que el retorno a casa no iba a ser de lo
más sugestivo. Había podido alargar durante dos meses más su encantadora estancia
en el país del Nilo pero la hora de volver a Barcelona había llegado y atrás dejaría
aquel territorio cálido y seco en el que tan acogida se había sentido.
La tarde anterior a su partida y con cierta melancolía, preparaba su
maleta en aquel diminuto apartamento de Asuán que pocas veces había pisado debido
a que la mayor parte de su trabajo lo realizaba a doscientos Kilómetros, in
situ en las excavaciones.
Doblando suavemente sus ropas de lino recordaba los meses allí vividos,
la misma nostalgia que la capturaba cuando seis meses antes partía desde
Barcelona a Egipto dejando tras de sí a su pequeña familia, sus grandes amigos,
los vecinos con los que tan bien congeniaba en su modesto piso de alquiler en
el barrio barcelonés del Raval con su patio envuelto en maceteros de fragantes
jazmines y bellas tillandsias colgando de sus paredes, el sonido del día a día
en aquel barrio multicultural, Tomás el tendero del arrabal, mítico, sesentón,
agradable, simpático y bonachón, con
quien Gisela pegaba la hebra cuando compraba el pan cada mediodía antes de
subir a casa de vuelta en bicicleta de la Universidad Autónoma de Barcelona
donde cursa sus estudios de Antropología, la esencia del mar, el mirador del
Tibidabo donde, de la mano de Alberto Juan, esparcían ambos al viento un confidente
rastro feromónico.
Alberto Juan tiene treinta y cinco años, cinco más que Gisela. Se
autodefine como español-catalán de
los de “barrufet i pa amb tomàquet”, se
conocen desde los catorce años y ella nunca ha estado con otro hombre. Para Gisela
él siempre ha sido el hombre de su vida, aunque Alberto
Juan ni siquiera tenga vida. Un hombre de negocios sin negocios, un hombre en
apariencia de los de verdad que vive en la mentira; proveniente de una
acaudalada familia tradicional navarra, arraigado a costumbres conservadoras y
ultra católicas es fiel de la Prelatura opusiana, cocainómano, racista y
homófobo confeso, homosexual subrepticio, vive inmerso en una nebulosa vida de contradictorios
equilibrios.
Durante el tiempo que Gisela —su futura esposa— ha permanecido en el
país del Nilo, las orgias secretas vestido de Lola Flores con sus amigos del
Opus han sido un broche de oro constante. Seis intensos meses en los que por el
cuerpo de Alberto Juan ha entrado todo tipo de objetos, dildos, animalitos,
estupefacientes y también —aunque él no
lo sabe—el VIH, ciento ochenta días en los que el sucio dinero opusiano a
servido para alquilar satisfacciones sexuales y callar humillaciones, maltratos
y violaciones que han servido como diversión de unas mentes reprimidas y
enfermas que nunca saldrán de su anonimato escudadas tras una aparente vida,
ejemplar y digna.
Gisela está de vuelta, ocupa el asiento 87 del vuelo EL CAIRO INTERNACIONAL – BERLÍN TEGEL de
Turkish Airlines. Saluda a su
compañero de asiento, un jubilado alemán que se dedica a vivir la vida recorriendo
mundo. Se ata el cinturón de seguridad y dejándose llevar por los recuerdos cierra
los ojos, mientras silban los motores del avión pensando en el Raval su barrio
multicultural, bohemio y cargado de vida donde todos la aprecian. Empieza a
cuestionarse si su vida con Alberto Juan será un echar de menos y vivir en una aflicción
alargada y acostumbrarse a tirar adelante con la cabeza gacha tragando con
todo.
Egipto no ha estado mal, quizás volverá en su luna de miel con su amado
Alberto Juan, de hecho él ya le ha confesado su intención de irse a vivir
juntos, sacarla de ese barrio que nunca pisa, según él; «un barrio inseguro, marginal, lleno de lumpen, drogadictos y putas».
Entonces será cuando presente a sus padres a su ejemplar y futura esposa,
Gisela.
Con el olor del mar catalán, Barcelona empieza para ella en una nueva
etapa tras su estancia en Asuan. La suave brisa entra por la ventana del hotel
y Gisela se desvela abrazada a su novio que ha ido a recibirla al aeropuerto,
restos de semen y flujo en las sábanas. Gisela abre el grifo y, como todos los
días, se toma la píldora para evitar embarazos. Alberto Juan siempre discrepa
del uso de preservativos, tampoco la píldora es santo de su devoción pero « ¿qué
le va hacer?», piensa mientras formado parte de su extensa colección de
secretos y el VIH surca por su torrente sanguíneo adhiriéndose a sus Linfocitos
T4 como lapas de mar.
Ajena a todo, Gisela abraza a su amado mientras su sangre recibe un
nuevo huésped.
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